Aquí va uno de mis poemas
preferidos, "Me tiraste un limón", extraído de "El rayo que no
cesa", de Miguel Hernández. Me encanta ese juego sutil e irónico entre la grandilocuencia
de los versos, casi gongorinos, y la sencillez de la anécdota ("el limonado hecho”). Casi me
parece percibir la sonrisa de Miguel mientras los escribía:
con una mano cálida, y tan pura,
que no menoscabó su arquitectura
y probé su amargura sin embargo.
Con el golpe amarillo, de un letargo
dulce pasó a una ansiosa calentura
mi sangre, que sintió la mordedura
de una punta de seno duro y largo.
Pero al mirarte y verte la sonrisa
que te produjo el limonado hecho,
a mi voraz malicia tan ajena,
y se volvió el poroso y áureo pecho
una picuda y deslumbrante pena.
Los encabalgamientos, abundantes en todo el soneto, hacen que suene como pura música: "de un letargo dulce pasó a una ansiosa calentura mi sangre", está repartido en tres endecasílabos que, por supuesto, deberían leerse sin pausar al final de cada verso. El golpe "amarillo" es una expresión (sinestesia) absolutamente feliz ...